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sábado, 6 de septiembre de 2014

Así comprarás vestimenta escolar ¡viva la igualdad!



Uno de mis más odiados trámites es la compra de remeras para la vestimenta uniformada escolar.

Este domingo, mi hija mayor -que pasa a su último año de secundario-, mi hija del medio -que pasa a tercer año- y yo, fuimos otra vez a lidiar con la inevitable pesadilla del fin de vacaciones de verano: la compra  de remeras para la escuela. Afortunadamente el menor -que entra a cuarto grado-  conserva todavía algunas remeras del año pasado que le van bien. Debido a que su madre – que soy yo- no es maga, un poco bruja sí, pero no maga, lo único que podemos hacer es quejarnos. Todo a causa de mí, que no soy maga. Por eso no puedo hacer aparecer remeras en tamaños y en colores que se adapten a mis niñas, y tampoco puedo hacer cola menos del triple del tiempo que cualquier israelí común, ya que a mí me enseñaron a hacer cola, a esperar mi turno y a respetar el de los demás. En total hay tres tiendas que venden remeras e imprimen etiquetas con escudo de colegios en Beer Sheva. En la primera no hay ninguna remera de tamaño normal para una chica de último año de secundario - por no hablar de colores. Mi hija del medio a duras penas encontró sólo una. Así que salimos sin comprar nada. En la segunda tienda los  estantes estaban todos casi vacíos. En la tercera -escondido en un rincón- un mostrador que funciona como probador de remeras – para chequeo de tamaños y colores por los clientes, como centro para imprimir el escudo del colegio y también como mostrador para pagar. Así es la naturaleza del capitalismo frente a un público cautivo. Cada una de las tiendas invierte lo menos posible, el menor espacio, la menor cantidad de empleados y lo menos posible en recursos. De todas maneras la gente va a venir y va a comprar. Que se joda el cliente, total no tiene otra opción. Multitudes alrededor del mostrador como si nunca hubieran visto una remera en su vida o fuera esto un concierto de Madonna. Volvimos a la primera tienda. Decidimos elegir de lo que hay ahí.

"¿Quién es el último?" lancé al aire con el tono más amigable que pude soltar, en la cola para imprimir la etiqueta con el escudito del colegio. "Yo", dijo un hombre alto con acento árabe que estaba allí con una mujer árabe de su altura. Nos paramos atrás de ellos. La cola se movió más rápido de lo que pensábamos y la pareja de delante nuestro ya entrega sus remeras al empleado que acciona la máquina de imprimir. "¿Qué escuela?" pregunta el empleado. El hombre dice el nombre de una escuela árabe. "¿Qué?", pregunta el empleado, el árabe vuelve a decir el nombre de la escuela. Esta conversación de "¿Qué?" y luego otra vez el nombre de la escuela se repitió al menos tres veces: "¿Qué?" y de nuevo el hombre responde. A la cuarta vez el empleado le pregunta si es la  escuela ¿“X”?  (el empleado dice el nombre de una escuela en árabe). El hombre responde "no", y vuelve a decir lentamente el nombre de la escuela que dijo antes. El empleado, sin intención de buscar la etiqueta correspondiente con el escudito, y con cara de "no tengo ni idea de lo que estás diciendo y no tengo paciencia para ti", dice entre dientes:"No hay".

La pareja se va decepcionada. Ahora es nuestro turno. Le entregamos al empleado las cuatro remeras que hemos logrado conseguir, junto con el nombre de las escuelas, y el empleado imprime una tras otra, sacando las etiquetas con  los escuditos de las escuelas correspondientes de unas cajas transparentes perfectamente ordenadas detrás de él. Mientras tanto, no puedo dejar de pensar en cómo me sentiría si yo fuera esa mujer árabe, y si lo que le pasó a ella me hubiera pasado a mí. ¿Y si esta fuera mi realidad en mi país? Se trata de algo simple, comprar remeras para la escuela. No entienden el nombre de la escuela de mis niños, son reacios a ayudarme o a brindarme el servicio que le brindan a aquellos delante de mí o detrás de mí en la cola, no tienen paciencia conmigo, y me sacan fuera de la cola con un "no hay" rápido y fácil. El árabe es idioma oficial en nuestro país. En estos días los medios de comunicación han decidido despertar el debate de si el árabe debe o no debe ser un idioma oficial en Israel. Por supuesto que debe serlo. De repente me encontré diciendo en voz alta lo incómoda que me sentiría si yo fuera esa mujer árabe, y si lo que le pasó a ella me hubiese pasado a mí. Lo dije en voz alta para que me oigan mis chicas, y puedan ver con perspectiva qué es igualdad y qué no lo es. Por el rabillo del ojo veo a una familia de israelíes con mirada llena de empatía y asintiendo con la cabeza.


Al recibir la bolsa caliente con las remeras con sus etiquetas recién impresas, que se venden como pan caliente, la pareja árabe regresa junto a alguien que parecía ser la jefa de turno. La Jefa de turno ocasional pide al empleado de la impresora que busque la etiqueta con el escudito de la escuela en cuestión, apelando que no puede ser que no haya.  Ahora el empleado se curva y se agacha  por debajo y por detrás del mostrador, va al estante más inaccesible, ese que contiene las cajas que contienen las etiquetas que aparentemente serían de clase “B”. Maravilla de maravillas! La encuentra. "¿Por qué me sacaron fuera de la cola?" El hombre alto pregunta ahora, sin atacar, con tono de pregunta genuina. No hubo respuesta. Tres veces preguntó. No le respondieron ni una sola vez.

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