Familias palestinas abandonando sus hogares ante el aviso de ataque que les dio el ejercito israeli |
Tan arregladito,
con un portafolios que parece de esos de escuela de cuando yo era niña. Pareciera
vestido para una ceremonia. Como si se hubiese vestido para algo importante. Tan
bien arreglado, quizá así se vistiera para
comenzar unas esperadas vacaciones. Me pregunto cuánto tiempo le tomó elegir la
ropa, si alguien lo ayudó, si la mama o el padre eligieron por él. Me pregunto
si discutió y quiso la remera vieja pero buena, en lugar de esa camisa abotonada
hasta el cuello, que estrangula la garganta. En cualquier caso va con la
garganta ahogada el niño. Garganta de nudo que se propaga en todas direcciones.
Con expresión bien seria. El dolor y el llanto por adentro bien guardados,
porque tal vez le dijeron que no llore.
No se lleva
muchas cosas. La pequeña mochila y el maletín, que probablemente le sea un poco
pesado, y el niño trata de equilibrar con el movimiento del codo flexionado.
Parece que algo llama la atención de la gente ahí a la izquierda. Pero él está mirando
hacia adelante. No desvía la mirada del camino. Él tiene nueve, pero debe vivir
como de veintinueve. Tiene la boca constreñida Muhammad o Yusuf, o Awad, o Iyad. O Andy, o José, o Daniel
o Ron.
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