Uno de mis más
odiados trámites es la compra de remeras para la vestimenta uniformada escolar.
Este
domingo, mi hija mayor -que pasa a su último año de secundario-, mi hija del
medio -que pasa a tercer año- y yo, fuimos otra vez a lidiar con la inevitable
pesadilla del fin de vacaciones de verano: la compra de remeras para la escuela. Afortunadamente el
menor -que entra a cuarto grado- conserva todavía algunas remeras del año
pasado que le van bien. Debido a que su madre – que soy yo- no es maga, un poco
bruja sí, pero no maga, lo único que podemos hacer es quejarnos. Todo a causa
de mí, que no soy maga. Por eso no puedo hacer aparecer remeras en tamaños y en
colores que se adapten a mis niñas, y tampoco puedo hacer cola menos del triple
del tiempo que cualquier israelí común, ya que a mí me enseñaron a hacer cola, a
esperar mi turno y a respetar el de los demás. En total hay tres tiendas que
venden remeras e imprimen etiquetas con escudo de colegios en Beer Sheva. En la
primera no hay ninguna remera de tamaño normal para una chica de último año de
secundario - por no hablar de colores. Mi hija del medio a duras penas encontró
sólo una. Así que salimos sin comprar nada. En la segunda tienda los estantes estaban todos casi vacíos. En la
tercera -escondido en un rincón- un mostrador que funciona como probador de
remeras – para chequeo de tamaños y colores por los clientes, como centro para
imprimir el escudo del colegio y también como mostrador para pagar. Así es la
naturaleza del capitalismo frente a un público cautivo. Cada una de las tiendas
invierte lo menos posible, el menor espacio, la menor cantidad de empleados y
lo menos posible en recursos. De todas maneras la gente va a venir y va a
comprar. Que se joda el cliente, total no tiene otra opción. Multitudes
alrededor del mostrador como si nunca hubieran visto una remera en su vida o
fuera esto un concierto de Madonna. Volvimos a la primera tienda. Decidimos
elegir de lo que hay ahí.
"¿Quién
es el último?" lancé al aire con el tono más amigable que pude soltar, en
la cola para imprimir la etiqueta con el escudito del colegio. "Yo",
dijo un hombre alto con acento árabe que estaba allí con una mujer árabe de su
altura. Nos paramos atrás de ellos. La cola se movió más rápido de lo que
pensábamos y la pareja de delante nuestro ya entrega sus remeras al empleado
que acciona la máquina de imprimir. "¿Qué escuela?" pregunta el
empleado. El hombre dice el nombre de una escuela árabe. "¿Qué?", pregunta
el empleado, el árabe vuelve a decir el nombre de la escuela. Esta conversación
de "¿Qué?" y luego otra vez el nombre de la escuela se repitió al menos
tres veces: "¿Qué?" y de nuevo el hombre responde. A la cuarta vez el
empleado le pregunta si es la escuela ¿“X”?
(el empleado dice el nombre de una escuela
en árabe). El hombre responde "no", y vuelve a decir lentamente el
nombre de la escuela que dijo antes. El empleado, sin intención de buscar la
etiqueta correspondiente con el escudito, y con cara de "no tengo ni idea
de lo que estás diciendo y no tengo paciencia para ti", dice entre
dientes:"No hay".
La pareja
se va decepcionada. Ahora es nuestro turno. Le entregamos al empleado las
cuatro remeras que hemos logrado conseguir, junto con el nombre de las
escuelas, y el empleado imprime una tras otra, sacando las etiquetas con los escuditos de las escuelas correspondientes
de unas cajas transparentes perfectamente ordenadas detrás de él. Mientras
tanto, no puedo dejar de pensar en cómo me sentiría si yo fuera esa mujer árabe,
y si lo que le pasó a ella me hubiera pasado a mí. ¿Y si esta fuera mi realidad
en mi país? Se trata de algo simple, comprar remeras para la escuela. No
entienden el nombre de la escuela de mis niños, son reacios a ayudarme o a brindarme
el servicio que le brindan a aquellos delante de mí o detrás de mí en la cola,
no tienen paciencia conmigo, y me sacan fuera de la cola con un "no hay"
rápido y fácil. El árabe es idioma oficial en nuestro país. En estos días los
medios de comunicación han decidido despertar el debate de si el árabe debe o
no debe ser un idioma oficial en Israel. Por supuesto que debe serlo. De
repente me encontré diciendo en voz alta lo incómoda que me sentiría si yo fuera
esa mujer árabe, y si lo que le pasó a ella me hubiese pasado a mí. Lo dije en
voz alta para que me oigan mis chicas, y puedan ver con perspectiva qué es
igualdad y qué no lo es. Por el rabillo del ojo veo a una familia de israelíes con
mirada llena de empatía y asintiendo con la cabeza.
Al recibir la
bolsa caliente con las remeras con sus etiquetas recién impresas, que se venden
como pan caliente, la pareja árabe regresa junto a alguien que parecía ser la jefa
de turno. La Jefa de turno ocasional pide al empleado de la impresora que
busque la etiqueta con el escudito de la escuela en cuestión, apelando que no
puede ser que no haya. Ahora el empleado
se curva y se agacha por debajo y por detrás
del mostrador, va al estante más inaccesible, ese que contiene las cajas que
contienen las etiquetas que aparentemente serían de clase “B”. Maravilla de
maravillas! La encuentra. "¿Por qué me sacaron fuera de la cola?" El
hombre alto pregunta ahora, sin atacar, con tono de pregunta genuina. No hubo
respuesta. Tres veces preguntó. No le respondieron ni una sola vez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario