Los niños ya no juegan en la calle. Incluso antes de la "ola de terror" actual (no, no "Intifada", sino "ola de terror", ya que "intifada" es para otros gobiernos) no había casi nunca ningún chico jugando en la calle. La calle se convirtió en un espacio sospechoso, donde el peligro acecha el alma de un niño. Los niños de interiores se quedan adentro. Porque aún cuando están afuera están adentro. Hacia adentro.
Durante un paseo en un nuevo barrio en la ciudad, de casas de familia, mi hijo de 10 años nos pregunta: "¿Por qué no hay ningún chico en la calle, en bicicleta o algo así?" Respondimos: "Cierto, no hay ¿Qué cosa, no?", y entre el brillante césped sintético de plástico por debajo y el cielo color naranja por las luces de la calle por encima, estaba yo. Mientras examinaba si el césped sintético también tiene hormigas pensé en mi aventurera Barbie de los 10 años, que supo sobrevivir durante horas en la selva de malezas del árbol de la calle, en la acera de mi casa.
Pensé en una patente, espejitos laterales para peatón, como los coches. Pensé en una solución al riesgo de bicicletas eléctricas, no de terroristas. Ahora la calle se aleja y aleja a todos. El jardinero árabe que la calle acercó hasta el jardín de mi casa, hasta mí, que asintió a no podar los arbustos callejeros así yo veo las flores que entran en cascada desde afuera, se aleja. Y yo me alejo. La calle lo ahoga y también me ahoga a mí. La poca calle que aún queda se pliega, se marchita y se vuelve traicionera. Y yo quiero la calle de regreso, la de Plaza Sésamo, o incluso La Calle de las Almas Puras*.
*"La Calle de las Almas Puras" es una canción de Shimon Sapir y Natan Cohen
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